Tras la recuperación de Tan Tan y Tarfaya por parte de Marruecos en 1958, la España de Franco comenzó a temer que este ímpetu independentista eventualmente le forzara a abandonar el Sahara Occidental, territorio bajo su dominio desde 1884. Para prevenir esta posibilidad, el líder español buscó apoyo en otro militar que había cambiado el uniforme por el traje y corbata: el recién llegado al poder en Francia, Charles de Gaulle.
Ambos líderes compartían el temor ante las aspiraciones de Marruecos de reconstruir su antiguo imperio jerifiano. Esto quedó evidenciado con la declaración de independencia de Mauritania el 28 de noviembre de 1960, facilitada por De Gaulle. Marruecos no reconocería a este nuevo Estado hasta 1969.
«A principios de la década de 1960, el presidente francés De Gaulle y Francisco Franco alcanzaron un acuerdo para que España desarrollara armas nucleares, permitiendo a Madrid instalar un reactor fuera del control de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) y su contraparte estadounidense», explica Francisco Gómez Balcázar en su libro «El secreto de la bomba atómica española».
Esta cooperación, que provocó la indignación de Estados Unidos, permitió que el proyecto nuclear español evolucionara de ser una iniciativa personal, iniciada en 1948 por un grupo de científicos españoles, a estar bajo el control directo del Estado.
Además del apoyo francés, el azar también jugó a favor de las ambiciones de Franco. En 1966, un avión militar estadounidense se estrelló en las aguas de Galicia con dos bombas atómicas a bordo. Los españoles lograron hacerse con una de ellas y descifrar su funcionamiento. «Este accidente fue un catalizador para los responsables de la energía nuclear, relanzando su programa», subraya el autor del libro.
La pérdida de Sidi Ifni aceleró el proyecto español
En 1969, ante los continuos ataques del ejército de liberación del sur, Franco se vio obligado a ceder Sidi Ifni a Marruecos. La pérdida de este territorio precipitó el desarrollo del proyecto de la bomba atómica que Franco planeaba detonar en el Sahara Occidental a principios de los años 70. Así, seguía los pasos de De Gaulle, quien había elegido el Sahara oriental, entonces bajo ocupación francesa, para la primera explosión de la bomba atómica francesa.
No obstante, el proyecto de Franco cayó rápidamente en el olvido. El rey Hassan II convirtió la recuperación del Sahara Occidental en una prioridad de su reinado, especialmente tras los intentos de golpe de Estado de 1971 y 1972. Antes de lanzar la Marcha Verde el 6 de noviembre de 1975, el monarca llevó a cabo una intensa campaña diplomática internacional para defender los derechos de Marruecos sobre la provincia, llegando a solicitar la opinión de la Corte Internacional de Justicia.
La muerte de Franco también influyó en el abandono del proyecto nuclear español. El nuevo rey, Juan Carlos, no estaba dispuesto a entrar en guerra contra Marruecos para mantener la ocupación del Sahara, prefiriendo reconciliar a los españoles con la monarquía tras las divisiones de la guerra civil bajo Franco.
La llegada de los socialistas al poder en 1981 marcó el fin de las ambiciones nucleares de Franco. En 1987, el gobierno de Felipe González ratificó el tratado de no proliferación de armas nucleares.